domingo, 14 de marzo de 2010

La horrible sensación punzante de la puerta que no abre cuando bajamos el picaporte, de la lapicera que se queda sin tinta en el medio de una frase, de la luz que se apaga de golpe, de leer a un hombre que hace veinte años escribió sobre cambiar el mundo y pensar que nada ha cambiado... Entonces me atrapa el atardecer en el campo, rebalsa una luz que atraviesan las nubes y me atraviesa a mí, llena el viento de polvo naranja que mancha al cielo y a todas lo demás, leo a ese hombre, leo al final de la línea la palabra revolución, me doy cuenta que me he equivocado, ese hombre logró cambiar algo: a mí.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Eduardo Galeano

miércoles, 20 de enero de 2010

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Mi gatito Felipe y yo siempre jugábamos frente al castillo abandonado. Era nuestro lugar, pocas veces alguien pasaba por ahí. Entre la gente del pueblo se divulgaba una leyenda que en todas sus versiones hablaba de un rey malvado que allí vivía y atormentaría a quien se atreviera a molestarlo. Nosotros nunca tuvimos miedo, pasábamos tardes enteras jugando a las escondidas entre el pasto que cada vez estaba más alto o simplemente nos recostábamos cerca de la laguna escuchando el silencio más callado de todo el poblado. No sé porque un día la puerta del castillo estaba abierta, fue lo primero que notamos al llegar, intentamos disimular un rato, pero la tentación fue más fuerte y terminamos entrando. Y de verdad que quedamos impactados con lo que vimos. Nunca imagine que existiera un lugar así, era como en los cuentos de fantasía. Una habitación que parecía no tener fin, con techos que se veían más altos que el cielo, de las paredes colgaban retratos de reyes y princesas que se podían espiar entre las incontables columnas que, terminaban al igual que una gran alfombra roja con detalles dorados, en el altísimo trono del rey. El mismo, estaba tan lejos, que aunque se hubiera esforzado no nos podría haber visto.
Creo que Felipe y yo podríamos haber estado horas observando sin parpadear sino hubiera sido por una pequeña vocecita que venía desde abajo y nos interrumpió. Extrañada, miré al piso pero no logré ver nada. En cambio, Felipe se encontraba en posición de ataque enfrente de mí, y fue ahí cuando la vocecita rugió desesperada. Logré apartar a Felipe antes de cometiera un crimen, y las sorpresas parecían no terminar ese día. Aquella pequeña voz pertenecía a un gusano, que después de respirar hondo muchas veces pudo decirme: “gracias”. Totalmente perpleja, no supe responderle, sólo podía examinarlo sin entender demasiado que estaba pasando. Era tan extraño, no sé que clase de gusano sería. Tenía un par antenas violetas que al final sostenían dos ojos con párpados y pestañas como los de cualquier humano. Su cuerpo era velludo, como el de una isoca, pero lo extraño era su color, era una azul que jamás había visto, ni siquiera sé si así se llama ese color.
“Gracias, gracias, gracias”, decía sin cesar. Y continuó: “necesito que me ayudes, he venido a hablar con el rey, pero temo que logre escucharme, muy pocas personas pueden hacerlo”.
Le pregunte de dónde venía, en vano, porque solamente suplicaba ayuda una y otra vez.
Está bien, voy a ayudarte.- le dije. Pero si no me decís que te ha pasado no podré hacer
demasiado.
El gusanito se arrastró hacia mí y con los ojitos vidriosos me contó su historia.
Yo fui un humano hasta no hace mucho tiempo. Vivía en una aldea a unos pocos kilómetros de aquí. Se podía decir que tenía una vida feliz, o al menos agradable. Pero cometí un gravísimo error y para pagarlo me hechizaron convirtiéndome en un gusano. Por eso, he venido a pedirle ayuda al rey. Sé que es muy respetado y que todos le obedecen, tal vez, si nota mi arrepentimiento ordene que deshagan el hechizo.-concluyó el pequeño invertebrado.
No quise desilusionar al gusanito, pero presentí que al rey no iba a importarle su historia, igual le dije que haría lo posible por auxiliarlo.
¡Su majestad!.- grite muchas veces desde la puerta hasta que el rey escuchó.
¿Qué sucede?-indagó molesto y continuó: ¿Quién se atreve a irrumpir así en mi propiedad?
Disculpe, su alteza, pero alguien necesita hablar con usted.- dije casi temblando por la voz penetrante del rey que hacia eco en mis oídos cuando terminaba de retumbar en el castillo.
Y entonces me respondió con soberbia:
Pues quien quiera hablar conmigo deberá acercarse aquí.-
Junte valor y camine por la alfombra con el gusanito en mis manos hasta los pies de la silla real, escoltada por Felipe que tenía aún más pánico que yo.
A medida que la distancia se acortaba me sentía extraordinariamente diminuta. El rey lucía gigante, invencible y sentado ahí su cabeza casi rozaba el techo.
Estaba tan nerviosa, que no recuerdo como le conté la historia del gusanito, lo que sí recuerdo fue que no llegué a terminar y comenzó a reírse a carcajadas. Cuando por fin cesó de reír prosiguió:
¿De verdad creíste que iba a molestarme en ayudar a ese gusano? ¿Pensás que a mí puede importarme un ser tan insignificante? Mejor desaparezcan de mi vista antes de que me arrepienta de perdonarles la vida.- gritó con desprecio.
El gusanito desperado dijo al rey levantando su diminuta vocecita lo más alto que pudo:
“¡Por favor ayúdeme, prefiero el infierno que vivir así!”. El rey enfurecido por el atrevimiento del gusano comenzó a rugir y exclamar sonidos sin sentido alguno, enrojeció su rostro y sus ojos se volvieron amarillos mientras sus pupilas encogieron hasta hacerse invisibles, realmente ponía la piel de gallina verlo. De repente se lleno de humo y desapareció con un gran estruendo e inexplicablemente de ese mismo humo se dibujo la figura borrosa de Dios, aunque no conozco la forma del Mismo, sentí que era Él. Y esa silueta dijo con severidad: “el infierno esta en la tierra” y sin más se desvaneció, aunque esas palabras no pudieron despegarse de mi cabeza desde aquel día.

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martes, 19 de enero de 2010

Agua negra

Llegue al sitio en un sueño. Había un pequeño puente que conectaba una caseta en el medio del lago con el suelo firme. Todo era gris, espumoso gracias a la neblina. El lago estaba tan oscuro que su color casi era negro. Había un hombre sentado a mi lado en la orilla, el me contó todo... Ellos habían caído al agua por accidente, por descuido, sin desearlo ni esperarlo, luego, en las profundidades aprendían a vivir. Existía otro hombre, "un hombre negro" dijo, quizás se llamaba así por el color del lago, dudo que ese nombre se refiriera a su raza. Ese hombre les enseñaba a respirar bajo el agua. Me sorprendí al escuchar eso, le pregunte como hacían, a lo que me contesto: "es como aquí, solo respiran" e inhaló a modo de representación. Luego dijo: "algunos pasamos noches enteras tirando sogas al lago para los que desean salir. Hay muchos ahí abajo y es muy dicifil que vean las sogas en un lago tan espeso... también hay quienes las ven y no desean volver." Al escuchar al hombre sentí vértigo, me resultaban incomprensibles sus palabras y me invadía la pena al pensar en la gente que esta ahí abajo. El hombre calló un largo rato, miraba hacia el lago, parecía que se había olvidado de que yo estaba allí...
Tiré una soga hacia el agua negra, enseguida comenzó a temblar, algo la sujetó tironeando fuerte, tuve miedo de que me arrastará y me hundiera... No recuerdo quien, pero alguien me ayudo a pujar, salió del agua una mujer joven y aturdida que no podía vernos y pronto se perdió entre los árboles.