sábado, 2 de agosto de 2014

El pez nadaba boca arriba o tenía los ojos muy abajo

Buffalo 66, 1988. Vincent Gallo
El pez nadaba boca arriba o tenía los ojos muy abajo, me cuestionaba en la sala de espera al observar la pecera que estaba junto a los bancos. Ese pensamiento será el inicio de mi relato, me dije. La doctora abrió la puerta, miró directo hacia mí y dijo el nombre de otro hombre, un tal Lucas, sería pues el tipo sentado junto a mí porque fue quien se levanto e ingreso al consultorio. Sin meditarlo demasiado me fui. El pez nada boca arriba o tiene los ojos muy abajo, seguía pensando. Caminé algunas cuadras bajo una llovizna humeada y pegajosa, estaba muy oscuro pero a penas eran las seis de la tarde ¿Qué me pasa? ¿Qué te pasa? Me repetí hasta llegar a casa. Hacia tiempo que no encontraba tanta paz y fue justo después de tomar una decisión sin motivo o significado alguno, simplemente no quería estar en la sala de espera, por supuesto, mi visita médica no era una casualidad, pero en la medida de lo que me acontecía no era una urgencia atender la cuestión. Llegué a casa y me di una larga ducha, recorrí cada rincón de mi piel, me encontré con cicatrices y manchas de dudosa procedencia, la historia en mi cuerpo le ha ganado a mi memoria.
Luego me acosté a dormir desnudo, perturbado descubrí un momento de pudor ante mi propia desnudez, la  mente es nuestro enemigo más siniestro. Esa noche tuve uno de esos sueños que uno cree que debe buscarle sentido, hace más de seis meses me mude y soñé con la casa que había dejado, en el sueño la casa estaba repleta de cajas y papeles por el piso, sin muebles y con las paredes vacías, hasta ahí nada sucedía, pero pasados unos segundos acudió a mi un pensamiento: “a fin de mes debo entregarla, debo sacar todo eso de ahí ¡Cuánto trabajo! ¡Qué pereza! Pero no vuelvo hasta pasados los primeros días, tendré que cambiar el pasaje”. No era una situación determinante sin embargo, me causó angustia, no veía salida, como un perro que se muerde la cola, como un pez que nada boca arriba. Despertarme fue un alivio, el problema no existía, bueno me dije, al fin y al cabo, quizás sólo soy un pez que tiene los ojos muy abajo.