jueves, 11 de agosto de 2011
El único concierto de Giuliano Giarcandi
jueves, 4 de agosto de 2011
Los miro en la ventana, rodeada de sombras que no provienen de ningún cuerpo, seres sin rostro, dibujos lejanos, pequeñas figuras que parecen actuar para mí. Pienso en ellos como si fueran un momento espontáneo y la vez ensayado para incorporarse en mis sentidos, una representación que al finalizar, termina con su existir. Y así, una y otra vez, las luces se prenden y apagan, los actores de las ventanas se mueven, se miran, se tocan, danzan al compás del rugir del mar bajo estrellas inquietas que al término de cada acto aplauden entusiastas.
Y cuando el día llega, el telón se cierra, la obra acaba para que hombres y mujeres respiren entre cuatro paredes, aunque detrás de bambalinas los seres de sombra siguen bailando entre la luz.
La ventana roja bajo una luna redonda que rebalsaba luz me hablaba en susurros de viento, decía mentiras con aliento fresco, palabras que nunca nadie había dicho. Se despedía de mi distante pero a la vez me arrastraba hasta ella con misterio.
El oscuro azul de fondo y nosotros mirándonos como si fuéramos irreales, proyecciones, sombras lejanas y pequeñas encerradas en un cuadrado. Jugando a que nos vemos y no nos vemos, sin tener la menor idea de lo que siente el otro, especulando, evitando ser reconocidos…
Y me cuesta entender tanto gusto amargo, tanta caricia áspera, doy vueltas persiguiendo la nada, buscando algo que no existe. Pero, no podría ser mas claro, si ni siquiera te presente ante la ventana roja.
Igual, sigo esperando y mientras las nubes pasan por encima de la luna, se iluminan despacio y luego siguen grises y solas perdiéndose en un cielo infinito, pasando desapercibidas, escondiéndose, callando como mis voces que cada vez son menos sinceras conmigo.
A mis espaldas la habitación a oscuras, el miedo, no, la incertidumbre, tampoco, el no querer enfrentar, quizás. El vértigo de volver atrás, el despojo, la pérdida, los silencios, la duda y la falta de respuestas.
Un brillo plateado me baña, los colores se prenden y apagan, la ventana roja sigue ahí, expectante, como yo, que me siento público de una invención intangible que no deja de perseguirme y sin embargo jamás he visto.
Miré la sombra de la lapicera que parecía tener vida propia en la hoja, pensé en dejar de escribir, levante la vista, la ventana roja se había apagadoSos linda cuando lloras, le dijeron dos hombres distintos. La perversidad del deseo suele ser inexplicable, tanto como la sensación de ver el instante exacto en que se mueve la manecilla del reloj, y nos damos cuenta que, no es magia lo que hace que de un momento a otro cambie de lugar, que el tiempo no anda solo, sino que el hombre inventó máquinas y artilugios para hacerlo correr.