jueves, 4 de agosto de 2011

La ventana roja bajo una luna redonda que rebalsaba luz me hablaba en susurros de viento, decía mentiras con aliento fresco, palabras que nunca nadie había dicho. Se despedía de mi distante pero a la vez me arrastraba hasta ella con misterio.

El oscuro azul de fondo y nosotros mirándonos como si fuéramos irreales, proyecciones, sombras lejanas y pequeñas encerradas en un cuadrado. Jugando a que nos vemos y no nos vemos, sin tener la menor idea de lo que siente el otro, especulando, evitando ser reconocidos…

Y me cuesta entender tanto gusto amargo, tanta caricia áspera, doy vueltas persiguiendo la nada, buscando algo que no existe. Pero, no podría ser mas claro, si ni siquiera te presente ante la ventana roja.

Igual, sigo esperando y mientras las nubes pasan por encima de la luna, se iluminan despacio y luego siguen grises y solas perdiéndose en un cielo infinito, pasando desapercibidas, escondiéndose, callando como mis voces que cada vez son menos sinceras conmigo.

A mis espaldas la habitación a oscuras, el miedo, no, la incertidumbre, tampoco, el no querer enfrentar, quizás. El vértigo de volver atrás, el despojo, la pérdida, los silencios, la duda y la falta de respuestas.

Un brillo plateado me baña, los colores se prenden y apagan, la ventana roja sigue ahí, expectante, como yo, que me siento público de una invención intangible que no deja de perseguirme y sin embargo jamás he visto.

Miré la sombra de la lapicera que parecía tener vida propia en la hoja, pensé en dejar de escribir, levante la vista, la ventana roja se había apagado

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