jueves, 4 de agosto de 2011

Llegaron a los caminos de fuego, a esas dos carreteras ardientes con desembocadura desconocida que rugían con mayor vehemencia cuando el viento se precipitaba. Debían tomar una decisión, elegir una dirección, pero los latidos se sus corazones eran tan abrumadores que no lograban concentrarse. Pensaron en miles de cosas en tan solo segundos, para finalmente dejarse llevar por un instinto, por la espontánea fatalidad que nos rige en los momentos de perdición. Corrieron bajos las llamas riendo con locura, tomadas de las manos, adelantándose primero una y luego la otra, haciéndose apresurar el paso mutuamente. Éxtasis de calor y gritos enajenados, sudor de agotamiento causado por el placer de libertad. Eso sintieron: liberación, una fluidez que nunca las había tocado. Todo se volvió incontenible y sus manos se deslazaron, el impulsó las alejo sin meditar. Ahora estaban pérdidas, en medio de un laberinto asfixiante, colmadas de nerviosismo a punto de sucumbir en llanto.

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